Para que exista
el perdón hacen falta tres componentes: Sentirlo, Materializarlo y que la otra
parte también cumpla con estas dos premisas.
El Padre Alejandro
salió apurado, no podía interrumpir aquellos mates que servían de excusa para alivianar la mochila de esa triste alma.
Tomó su auto y salió hacia la universidad donde daría su cátedra cómo todos los
lunes.
El tráfico era
imposible. Tenía que lidiar, también, con esa complicación que la gran ciudad
ofrece a menudo. Conocía cada recoveco del camino cómo si fuese un GPS humano;
es que el tanto ir y venir hacen que uno aprenda, con o sin intención, en el
camino de su labor docente.
Debía tomar la
última avenida y llegaba con los minutos contados. Entro desde el lateral
confiando que se incorporaría a la vía lenta sin problemas pero un camión recolector
de basura lo hizo frenar. De repente.
El camionero lo
miró, fijo, y le dijo: “Ey Gordito, ¿No ves que la señora quiere pasar?”…
Miró a su derecha,
había frenado en medio de la senda peatonal. Una señora con Bastón, que incluso
creía conocer de la Iglesia, quién movía la cabeza cómo quién dice “no” y
pensando un profundo “Que sinvergüenza”
lo estaba apuntalando con su mirada.
Levanto la mano
derecha y agacho la cabeza en señal de disculpas… Dejó pasar al camión y se incorporó a la avenida. Finalmente llegó
y dio su cátedra, pero su cabeza quedó allí, en ese instante en el que uno
pierde el presente y se sube a los sin tiempos que propone esta sociedad.
¿Cómo no fui
capaz, siquiera, de tomar consciencia que podía perjudicar a un peatón: a un
ser humano?
¡Siquiera pude ver
a la señora!
¿Cómo van a
decirme gordito? ¿Se nota ya desde arriba de un camión? Tengo que empezar la
dieta urgente.
Estas, y mil imágenes
y frases más se le venían a la mente en forma de misil. A decir verdad estaba transitando
el camino del arrepentimiento. Así, terminó la clase preguntando: ¿Qué hace falta
para que exista el Perdón?
Y concluyeron en
la frase que describí arriba: Sentirlo, Materializarlo y que la otra parte
también cumpla con estas dos premisas.
Llegó a su casa,
medianoche fresca de Abril. Tomó registro de una última imagen: El nombre de la
empresa y el número del móvil (Camión) que, de alguna manera, lo hizo tomar
consciencia del nivel de inconsciencia con el que manejaba.
Tipeo en el
computador: “www…” y entró a la página Web de la empresa. Envió un primer y
único mensaje:
“Solamente para
felicitar al chofer de la unidad 75 que manejaba hoy por la Avenida San Juan,
esquina Perú a las 18:55 hs. quién con
profesionalismo y cordialidad me indicó un error que me permitió recapacitar. Considero
su gesto digno de ejemplo y admiración de mi parte. Atte. Alejandro Cel 15 5 …..”.
El miércoles sonó
su celular. “Hola, mi nombre es Oscar. Quería agradecerle por el mensaje que
usted envió a la empresa en la que trabajo. Creo recordarlo y quiero no solo
agradecerle por su gesto dado que me han dado, en recompensa, días de
vacaciones extras. Si no también pedirle perdón, porque mi forma de expresarme
a usted fue con soberbia y tal vez con la misma bronca que kilometro a
kilometro uno va acumulando”.
Alejandro se sintió
pleno y así hablaron por largos minutos.
El Viernes de esa
misma semana, Oscar volvió a llamarlo. Resultaba que su mujer no creía lo que
su marido le contaba con ojos llenos de lágrimas. No podía creer incluso el condimento especial; que un cura
hubiese sido el autor material de esa historia.
El Domingo
pasado, luego de un asado en Gonzalez Catán (Casa de Oscar), Alejandro bautizó
a su hija de 7 años. Y agregó: “Quiero agradecerte la oportunidad de estar
aquí, hoy, para ser puente de este nuevo amor que tu hija ha iniciado. Y comentarte,
también mi querido Oscar, que por Asados tan buenos cómo los tuyos es que comúnmente
en la calle me gritan gordito”.
El lunes
siguiente, Alejandro debía dar una charla en un colegio primario. Explicó su nueva teoría tripartita. Claro está, en
palabras y ejemplos acordes para que los niños pudiesen entender. Al finalizar,
celebró el sacramento de la confesión. El último fue Tobías, nacido con Síndrome
de Down y perfectamente integrado a sus compañeros de colegio. Su confesión
permanecerá en el sigilo correspondiente, pero vale aclarar que dejó explicita
su intención de pedir perdón y por sobre todo perdonar. Al finalizar, se fue
corriendo y abrazo uno a uno a sus compañeros.
Alejandro recibió
una nueva cátedra de vida y concluyó en una nueva definición:
Para que exista
el perdón, hacen falta tres cuatro componentes: Sentirlo, Materializarlo,
FESTEJARLO y que la otra parte también cumpla con estas dos tres premisas.
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