Miércoles 28 de noviembre de 2012
Son las 6:57 AM,
estoy en el micro camino al trabajo. Todos duermen. Hoy, yo no.
Leo fascinado una
novela de Irvin Yalom, “Un año con Schopenhauer” y escucho unos tangos; Esteban
Morgado puntualmente.
De repente,
aparece, así porque sí. Un deseo, un sueño. Y entonces lo escribo:
Quiero vivir en
comunidad. Pero en una comunidad donde la gente tenga los ojos siempre
cerrados. Porque lo grandes placeres, los grandes sentimientos acontecen con
nuestra vista externa nula, y los ojos del alma encendidos. Una sociedad de
ojos cerrados, fantaseo, implica la extensión de esa hermosa sensación de gozar
la comida, un orgasmo, un abrazo, el llanto y la carcajada cómo lo hacemos,
justamente, con los ojos cerrados.
Pues bien, imagino
que esa comunidad fuese sorda a las palabras, porque así, desaparecería “el
querer tener razón”. Menos tiempo escuchando símbolos y letras combinadas, más
tiempo escuchando la naturaleza. Y nuestro corazón.
Y de paso, como
si fuese una carta a Santa Claus, pido que en esa comunidad sean todos mancos,
menos Yo, y no solo para dejar de esperar los aplausos sino para tener la
marcada vocación de dar una mano al otro, todo el tiempo. Toda mi vida.
Y que nadie tenga
piernas, así nadie mete la pata.
Quiero vivir en
una comunidad sin genitales, para no perder energías necesarias, a veces, para
cuestiones más profundas.
Y anhelo también,
que otras comunidades no vean a esta como deforme. Si no, diferente, solo de
forma.
Y si todo eso
llegase a convivir en armonía, con el aprendizaje instaurado en el ADN de cada
uno cómo un conocimiento propio de la humanidad, ahí sí, quiero que todos
tengamos ojos bien abiertos, Los oídos destapados, sabias y dulces palabras,
nuestras manos y nuestras piernas, nuestros genitales y nuestro Santa Claus.
Para, y solo para, dar gracias a la vida de todos y cada uno de nuestros
sentidos y nuestra capacidad de “usarlos” cómo la naturaleza manda.
Walter Rodriguez
@Rodriguez_wal