Pedro y Pablo se propusieron algo más, algo allá de juntarse en
un Shopping, cómo todos los años, para comprar juntos los regalos de Reyes para
sus hijos. Ese año fue diferente…
Tenían una
estimación certera que en aquella ciudad de Santiago del Estero y aledaños
habría cerca de 500 niños esperándolos. Si bien sería pleno Enero, sabían que los
colegios cumplen una gran función adicional a la de educar y es contener y,
sobre todo, alimentar.
Aquel colegio los
estaría esperando con las puertas abiertas de par en par.
El viaje fue
largo, el Sol del verano no es fácil en las rutas. La camioneta estaba
preparada y marchaba a rumbo sin problemas. Iban con el tiempo justo, la agenda
era muy apretada, sin embargo el viaje se demoró más de una hora de lo
planificado porque en el almuerzo de la ruta 34 decidieron repasar el listado
de regalos mientras dejaban pasar el
calor del medio día. Eran exactamente 500 juguetes los que llevaban. Sabían que
los esperarían 480 chicos aproximadamente.
Así fue que
arribaron a las 15 Hs; luego de 12 hs de viaje ya estaban allí. La directora
del colegio salió preocupada. ..:”Los
esperaba a las 12 HS, ¿Qué pasó?”.-
Los chicos se
habían ido angustiosos a las 14 hs.; En verano, Los alumnos básicamente llegan
a media mañana para el mate cocido, tienen su almuerzo de cacerola comunitaria
y parten para sus hogares, que en más de una ocasión les lleva 2 horas en mula
o simplemente a pie, en medio de los montes y esteros.
Pedro y Pablo
creían tener todo planificado; pero todo se había complicado. Improvisaron un
plan el cuál estaban dispuestos realizar para resarcir semejante entusiasmo
insatisfecho, ENTREGAR EL REGALO DE REYES.
La directora les dió
una base de datos en papel; identificaron en el mapa cada una de las casas y
salieron en busca de la felicidad.
Así fueron
llegando hogar a hogar, rancho a rancho. Entregando los regalos en mano a cada
alumno del colegio y a cada uno de sus hermanitos. Cada cara de felicidad fue
un mimo al corazón, un milagro; esos que todos tenemos a nuestro alcance pero
que, esperando ver gente volar, no sabemos apreciarlos y siquiera ir en busca
de ellos.
Habían entregado
488 regalos. La misión saldría de maravillas. Quedaba una sola familia por
visitar; y estaba a 30 Km. de donde ellos permanecían. Marcharon hacia allá: La niña y sus 11 hermanos tuvieron su
merecido regalo. Cerraron un día de sueños.
Pedro y Pablo se
abrazaron, se emocionaron y se sintieron vacíos de tanto dar. Pero no por los
regalos en sí; porque no solo repartieron 500 chiches; si no que dieron 1523
abrazos y recibieron 1518 besos en el alma y en el corazón. Estaban vacíos, o
mejor dicho llenos. O ambas cosas, qué más da… Estaban vivos; y ese fue el
mejor regalo de reyes que habían recibido en su vida.
Volvieron a la
escuela para despedirse de la directora; estaba atardeciendo.
Mientras Pedro
saludaba fervorosamente a la maestra, Pablo revisaba los líquidos del vehículo.
En pleno sudor de Enero, descansó su cola en el vehículo y se hidrató.
Visibilizó a lo lejos una mujer, que venía con un pequeño tomado de la mano. No
distinguió cuál de todos los niños era ya que estaba a unos 50 metros de los
caminantes que estaban próximos a Pedro y la Directora. Se reunieron, y los 4
encararon hacia el vehículo. Cuando Pablo identificó que se trataba de un niño
que no había recibido regalo, un niño acaso que no estaba contemplado en el
listado, se desesperó. Intentaba mirar a los ojos a su amigo para que supiera
que no había más regalos, que habían llegado a los 500… pero nada, la marcha
seguía firme; ya podía notar la cara de entusiasmo de ese pequeño gringo, rubión
de tez bronceada, corte con flequillo y ojos color miel. Los tenía encima, a 20
metros. Sabía que los comercios estarían cerrados, que su viaje de retorno era
inminente; que no podía esperar un día más. Cerró los ojos y rezó: Dios te salve María…
En un acto de
desesperación, Pablo abrió el Baúl pero más que en búsqueda de objeto alguno
con la fantasía de poder esconderse allí y no salir nunca más para no enfrentar
la desdicha del pibito.
La puerta trasera
se abrió, y allí había un paquete. Un paquete grande, imposible que no haya
sido visto por Pablo cuando, minutos previos, El había controlado el habitáculo. Un
hermoso paquete cuadrado del tamaño de una pelota de futbol con un gran moño
estaba allí, pronto para ser obsequiado.
Lo tomó y, a
cambio de un beso y abrazo eterno del gringuito, entregó el paquete al pequeño.
Arrodillado y
calmo, cuando el niño terminó de abrir el envoltorio miró a la madre fijo.
Todos cruzaron miradas, el niño con su madre, la Madre con la directora. Pedro
y Pablo no entendieron lo que ocurrió; casi descartando que lo que dirían no
podría ser cierto se vieron en la obligación de preguntar “¿No te gustó el regalo?”. El niño susurró un dulce Si. La madre con los ojos húmedos de la
emoción y en un tono pausado dijo …”Lo
que pasa es que El escribió una carta a los Reyes magos, y le pidió un Camión amarillo”..
Efectivamente, el niño tenía en sus manos su camioncito amarillo.
Es mi deseo que
todos tengan un camión amarillo por el cual valga la pena vivir y morir. No
importa que la matemática no lo permita, que sea demostrablemente imposible. No importa que haya que caminar en
medio del desierto, del estero a pleno Sol de Enero. No importa que no esté en los
planes de alguien o de muchos el camión. Lo
que importa es buscarlo, con una madre guía que nos lleve de la mano.
Walter Rodriguez
Seguime, ¡Dale!
Twitter: @Rodriguez_wal