jueves, 26 de diciembre de 2013

La Barrera

Y finalmente ahí estaban, en la recepción del lugar decidiendo. Ella estaba totalmente convencida. Leo de nuevo…. ¿estaba convencida? En realidad no, estaba dispuesta; la curiosidad y el deseo había llegado muy lejos, más lejos que sus principios, su moral y por sobre todo sus miedos; miedos a revivir el pasado no tan lejano que endebló todo ámbito emocional de su propia existencia. Pero el parloteo estaba ahí, no se había ido del todo y en un sinfín de sensaciones, cosquilleos, temblores y sudores sabía que seguía allí, al límite de romper aquello que había prometido no volver a quebrajar.  Y Él, astuto, lo sabía, y no aceleraba el trámite porque deseaba también estar libre de culpas. Y no consigo mismo, para nada; con ella misma. Mezcla de orgullo y liberación deseaba que estuviese convencida y de allí su lentitud al ingresar. Pero ella lo soporto. Vuelvo a leerme… ¿Lo soportó? Creo que se entregó, sintió cómo quién pisa una mina en plena guerra sabiendo que no hay vuelta atrás y sin ejercer el acto ya sabía, sentía, que la explosión era inminente.

Y entraron… pasaron la barrera y allí la puerta se abrió y otra se cerró; y allí dentro todo fue diferente. No sé si cómo lo soñaron, cómo lo desearon; pero hubo una comunión que solo ellos podrán entender.

¡Se conocían tanto! Pero en descubrir sus cuerpos eran neófitos. ¿Y que hacer allí? ¿Por donde empezar? Ante un silencio, y lejos de ser incómodo pero raro por donde se lo viese, ella se liberó de aquellas pertenencias. Pelo suelto, no billou, no al anillo. Y en una energía liberadora se mezclaron en un abrazo. Un abrazo no sexual. Un abrazo cuasi fraternal. Un abrazo que fundió los pellejos en una sola capa, una sola piel jóven, un aura capaz de dejar atrás todo sentimiento de arrepentimiento y de protegerlos ante todo lo malo.

Y así El descubrió su cuello, y lo saboreo. Y así continuó la historia...

Walter Rodriguez

domingo, 22 de diciembre de 2013

Eterno aprendiz

Resultó ser, y no podía ser de otra manera, que el Preescolar no era suficiente. Tener los hábitos mínimos de comportamiento e higiene no me iba a liberar de la educación formal que, con tanto esfuerzo, mis padres brindaron. Y fueron por más, me hicieron ir por más. Ajustando los bolsillos, dejando el fiambre un poco de lado, completé el ciclo Primario en una institución privada.

Pero ya no era cómo antes, donde con primero inferior, primero superior y cinco subsiguientes años era suficiente. Ya no. Y fueron, me hicieron ir, por más.
Así terminé el colegio secundario.

Pero algo faltaba, ya no alcanzaba con el título secundario, sin un título de grado… no sos nada. Y yo lo creí, ¿Cómo no lo iba a creer?, si lo decía la televisión y mis profesores.

Así me embarqué en otros 6 años de educación Universitaria.  Ya no obligado por la ley ni por mi Padre. A esa altura ya iba obligado por un discurso social, y sin cuestionarlo, comencé a transitar esa linda etapa de mi vida.

Graduado, el mundo corporativo me guiñaba un ojo y me tiraba un centro, “Para diferenciarte, tenes que hacer un Posgrado”. Y bueno, si la gente importante me lo decía, ¿Cómo no iba a hacer caso a tamaña premonición?

Pero no fue suficiente. Sin idioma, imposible entrelazarse en este mundo globalizado;  así comencé a tartamudear otros idiomas hasta, mal que mal, dominarlos.

Pero pareciera ser que sigo siendo insuficiente.  Pienso y pienso, y tal vez encuentro la explicación en una carencia que tengo: No hice salita de 3 ni jardín Maternal. ¿Será eso?

Me doy cuenta que no soy suficiente, porque no me enseñaron a escuchar, me exigieron escuchar. No me enseñaron a preguntar, me obligaron a responder.

No me enseñaron a respirar. Loco, pero no me lo enseñaron.

No me enseñaron a expresar mis emociones. Mejor dicho, sí me enseñaron, me enseñaron tres de ellas: estar bien, estar mal y estar más o menos.

Me enseñaron literatura, lengua, gramática e inglés. Pero no me enseñaron la compasión, ni el mirar a los ojos para conectarme con un ser HUMANO.

Me enseñaron matemáticas, trigonometría, cálculo… y se olvidaron el número más importante: UNO. Uno mismo. Es que, no me enseñaron a quererme tal y tan simple y complejo cómo soy.

Me educaron mi físico, pero nadie me enseñó que es mucho más que un envase. Nadie me dijo que mi guata es la que me avisa cuando algo raro está por pasar, porque nadie me enseño que mi cuerpo Hablaba: ME HABLABA.

Aprendí a tocar el Toc Toc, el triangulo, la Flauta y el bombo. Aprendí a bailar pasos repetitivos y sincrónicos de música de moda. Pero nadie me enseño a fundirme en la música y a bailar tan solo por bailar sin miedo al ridículo ni a la arritmia.

Agradezco enormemente, con el alma expuesta a cielo abierto, a mis viejos por todo lo que me dieron, que fue su todo. GRACIAS.

 Me gusta creer que gracias a este recorrido puedo declararme un eterno aprendiz.

Y no puede ser para menos, si todavía me falta aprender a escuchar al otro, a preguntar, a RESPIRAR, a expresar mis emociones, ponerle nombres, a compadecer y autentificar al otro cómo un verdadero otro, a QUERERME,  a escuchar mi cuerpo, escucharME, a fundirme en la música y bailar tan solo por bailar.

Tan aprendiz soy, que me siento con la misma alegría y entusiasmo de hace 30 años atrás, más precisamente de aquel diez y pico de Marzo de 1984, cuando llegué con un delantal azul al jardín de infantes, lugar donde iniciaría mi escolarización y proceso de educación formal.


Indudablemente, para mí, no entendí nada. Y doy gracias a Dios de verlo y sentirlo. Es que así, ya estoy pudiendo barajar de nuevo.

Walter Rodriguez
@Rodriguez_wal

*Foto extraida de la página http://duniamelilla.blogspot.com.ar/