martes, 5 de febrero de 2013

La disputa del presente


Y ahí están. Una vez más.

Divididos en rayas y cruces, pero unidos para que su ceremonia sea, otra vez más, una comunión.
Y no juegan por nada aunque en realidad juegan por mucho: Por el presente.

Ese mismísimo presente que los atrapa, los chupa. El escenario no discrimina edad, ni belleza, ni esplendor.
Se dividieron en dos tandas de 3. Cierto que ya lo dije, pero lo repito… Unos con rayas y otros con Cruz.
Cómo expertos agrimensores del alma seleccionan el terreno: La pista.
La alisan, la miman, la pulen y la afinan.

La fina soga delimita el campo de acción: La cancha.
El eje X donde el presente quedará suspendido vaya a saber uno donde.
Y así, así de simple empieza la partida.

El equipo CRUZ tira el bochín. Pareciera ser un acto sin pensar, pero no. Cómo todo equipo habrá estrategia y, sin saberlo o sin saber que lo saben, arrojan el redondito de madera considerando el viento, el Sol, la pendiente y por supuesto, las fortalezas y debilidades de su amigo rival.

 Este no es un partido más, es el partido del cambio de quincena. 15 días de mate, Chuuuurrrros, bizcocho y demás se disputan. No digo que el resto de los partidos no haya sido importante. No no. Al contrario. Cada una de las partidas hace a ese presente Único. Por ello, este evento para el final.

La gente se amontona. Se observan. Todos en silencio y allí dentro del rectángulo se abre la partida y la primera CRUZ se clava frente al bochín en pos de un aplauso cálido que permite a Don Juan inflar su pecho colorado de rulo blanco salir caminando bien lejos, seguro que no será fácil hacerlo volver a tirar su misil restante a la línea de partida inicial.

Lo que sigue, y hasta saber el ganador final, es anecdótico. Cómo todo partido playero de Tejo.
Sin embargo me abstraigo, me retiro 2 pasos y miro. Observo y gozo. Palabras de aliento que se cruzan. Algunos jugadores jóvenes, inquietos. Otros delgados, callados y de prolongada edad. Los hay panzones y muchos de todos ellos con pantalones altos, de pata flaca y pata de gallo marcada de tanto sonreír.
Esperan con sus tejos en la mano, aplaudiendo las jugadas al ruido del TOC TOC.

En apariencia pasiva, tranquila y de quietud interior esperan su turno, pero sus ansias carcomen sus cuerpos hasta el deseado turno que, relevante o no, influirá en el resultado final.

Los que esperan, cruzan sus brazos detrás del cuerpo. Una mano sostiene los tejos, la otra toma la muñeca contraria.

Las discusiones son con dedo, pie o varilla de por medio. Uno mide cuando hay dudas de proximidad. El resto, observa desde alrededor. No existe el fallo dividido. Sobre todo son hombres de honor, capaces de reconocer la victoria tanto o menos que la derrota.

Y el que tirará, iniciará una rutina muy particular. Caminará de lado a lado para encontrar el mejor ángulo. Hará algún que otro amago para calcular la fuerza que deberá ejercer en relación al viento y la pendiente necesaria para caer en ese campo minado cuya superficie de éxito se limita, muchas veces, a milímetros cuadrados de exactitud.
Y cuán joven que sabe que la mujer a la que aspira le es imposible, aun sabiéndolo tomará coraje y el suficiente sentido de confianza para lanzarse a ella en búsqueda de la hazaña dorada. ¿Y por qué no? Se pregunta. Y así lo siente. Y así se lanza.
De este mismo modo se siente ser jugador con el agravante impetuoso del público que espera nada más y nada menos que el milagro de la carambola se haga realidad.

Y allí va… Se posiciona, se agacha lentamente y sin desviar la vista de su presa arroja su tejo sabiendo que el fallar significara perder no solo la quincena, tampoco su preciado y valioso presente. Significará un año de humillación… 1600 horas de trabajo para juntar peso por peso para reservarle al Tano José ese dúplex-cito húmedo, de cañerías sarrosas, que tan bien le sienta a su familia y a su flaco bolsillo para tener revancha, ni más ni menos que 350 días después. Todo ello significará.

Y en ese instante en que la madera toma vida y vuela, donde el viento parece cambiar, la soga achicar el campo de batalla, Justo ahí aparece El… El empresario de vacaciones bronceado, de gafas de vidrio refractario, discutiendo por celular por un negocio que no rinde lo que debe rendir; y su propio Omnipresente, su NO Presente, no le permite ver la partida y atravesándola por el medio, liga el bochazo en la cabeza. Desvaneciéndose y quedando arrodillado en la arena fina del sector, perturbado, dueño de un gran negocio que le da su propia razón, se levanta prepotente para retirarse en un silencio de ira, vergüenza y venganza.

De inmediato, habla con su abogado para demandar al balneario, o al municipio, por la falta de libertad y abuso del espacio público en las cálidas playas de Mar de Ajó en las que, justamente, planea montar su nuevo restaurante.

Walter Rodriguez

@Rodriguez_wal

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